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    2019-04-20

    Quizá algo que podría unirlos en un futuro sea una preocupación generalizada por la violencia, aunque los productos artísticos sobre el tema proceden de generaciones anteriores (por ejemplo, Te diría que fuéramos al río Bravo protein kinase g llorar pero debes saber que ya no hay río ni llanto [2013] de Jorge Humberto Chávez) o están localizados geográficamente (como Puño de whisky de Edgar Rincón Luna en 2005); algunos de los autores han renunciado en parte a la poesía y afrontan temas como el feminicidio y la violencia en general en la novela, como ha hecho César Silva Márquez en Los cuervos y Una isla sin mar (244-246). Fuera de estas coordenadas geográficas, por desgracia, la violencia actual (con desarrollos particulares como el “narco”) no deja de ser parte de un imaginario cultural que se origina en las películas de rumberas de Juan Orol (o, al menos, así lo perciben muchos; véase Maricela Guerrero: 86 y 90) o en la cultura del amarillismo televisivo, como sucede en Tiempo de Guernica de Iván Cruz Osorio. Vemos a una generación que no participó en movimientos sociales porque creció con una idea muy reducida del ejercicio de la ciudadanía y que no podía identificarse con el movimiento del ezln porque ni la escuela ni su visión de mundo los había preparado para ello (¿Chiapas? ¿Dónde estaba Chiapas en el imaginario cultural nacional en 1994? ¿Dónde estaba y está hoy en los libros de texto gratuitos de la sep?); que no podía identificarse con los feminicidios de Ciudad Juárez desde su corta perspectiva de nación, porque Ciudad Juárez encarnaba un territorio ajeno respecto a lo que había aprendido. La educación pública y privada se había encargado de reducir el tema de la formación ciudadana a su mínima y más inútil expresión; para quienes nacieron más temprano, durante el sexenio de Miguel de la Madrid (1982-1988), sobre la participación cívica encontraron “que el estribillo es ‘la libertad de expresión’ que gozamos en México” y poco más (Corona y de la Peza: 26); durante el sexenio de Carlos Salinas (1988-1994), presenciaron una reforma atropellada que desembocó en una idea de ciudadanía pasiva y en una retórica de la identidad nacional uniforme e intemporal que dejaba fuera de la jugada nacional a Cloning vector Chiapas o a Ciudad Juárez. Como apuntan Sarah Corona y Carmen de la Peza para el periodo 1988-1994:
    Los programas educativos no enseñaban en esos años (ni tampoco en los previos ni en los siguientes) a vivir en sociedad ni a distinguir en las diferencias locales, causas comunes. Con el paso del tiempo, todos estos poetas llegarían a una universidad, pública o privada, en un ambiente poco estimulante por su burocratización, por su pobreza cultural originada en una enseñanza previa básica y media y cierta inapetencia en los círculos académicos (Zaid 2013: 70-72). Para muchos, la universidad sería un trámite penoso, pero necesario. El panorama político tampoco resultó alentador para generar temas comunes. No es un problema de represión ni nada parecido; se trata, simple y llanamente, de una cadena de situaciones que han sido ridículas o ridiculizadas por los medios de comunicación; desde los videoescándalos del “Niño verde” o el “Góber precioso” hasta los deslices de Fox o López Obrador, la política en México está llena de veleidades que caben bien en un programa de televisión abierta en cadena nacional, pero que, desde una perspectiva literaria, tendrían lugar “acaso, en un poema satírico” (Trujillo: 257). El terreno político difícilmente puede generar una literatura seria, invadido por funcionarios que no debaten ideas con argumentos, sino con descalificaciones mutuas; de personalidades televisivas encumbradas o rebajadas de acuerdo a los intereses del momento; de personajes caricaturizados (incluso por sí mismos); de figuras públicas en las que cada vez que se expone su perfil privado sale a relucir la prepotencia y el abuso. La narrativa que se desprende de estos referentes no puede apartarse mucho de la sátira común, al estilo de , de Fabrizio Mejía Madrid. Resulta imposible encontrar en el ámbito político un referente que no caiga en estos tópicos (al fin y al cabo, describir a esta clase nos llevaría de vuelta a “El presidente”, publicado ya por Jorge Hernández Campos en 1954).